domingo, 30 de agosto de 2009

Afuera, solo se escuchan autos y perros.
Pareciera que la profecía de la plaga está por cumplirse.
Gente arrancando, desesperada en busca de sus víveres.
Todos corriendo por largos túneles.
Pero quienes cavaron, no supieron hasta donde enterrar la pala.
Ya varios han muerto y se pudren.
Hombres de ojos desorbitados se asoman a mi ventana.
Yo finjo dormir.
Detengo la respiración confiada en que el señor me protegerá.
El señor de enfrente, o el de la esquina.
Pero no dejan de mirarme.
Se quedan tras el vidrio, quietos, esperando uno solo de mis movimientos.
Decido, entonces, que no volverá a pasar.
Dos veces no se comete el mismo error, no de la misma forma.
Esta vez cerraré cortinas y puertas.
Desconfiaré de todos, incluso de mí misma.
Cruzaré los dedos antes de decir una palabra.
Mentiré a cerca del sexo, si es necesario.

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