miércoles, 27 de mayo de 2015

no existen las historias sencillas

Existen las historias que duelen, 
como cuando te golpeas el dedo chico del pie con la pata de la cama, 
la del perro vagabundo con un chicle en su pelaje,
la del beso de dos ancianos cuando se despiden en la calle y caminan en sentido contrario,
la del niño al que le pegan en la calle y te mira con vergüenza,
el momento en que tu padre ya no sabe quién eres,
o cuando la afp te manda la proyección de tu jubilación.

Y existen las historias de pura alegría,
como la de la marraqueta con huevo de la mañana entre dos,
esa cuando vas al doctor y no era nada,
la del matrimonio de la verdulería levantando la cortina con una gran sonrisa,
cuando el garzon te pregunta ¿lo de siempre?,
cuando llega la primavera y con ella el sol y las flores,
o, la mejor, esa cuando entras al mar y las olas te golpean.

También están las historias neutras, esas que no consideramos por insignificantes
pero que tienen todo el potencial de convertirse en grandes historias, 
como una caminata rápida por la calle,
la camioneta roja esperando estacionarse,
el pago metódico de las cuentas por internet,
la llamada perdida en el celular que no devolviste,
la sonrisa con el hombre del ascensor,
o cuando te quedas en blanco entrando a la cocina sin saber a qué ibas. 

Pero de todas las historias, 
las que más me gustan son las con banda sonora,
cuando bailo pass this on y debaser en la mañana antes de salir,
cuando camino a dar clases de yoga escuchando don't stop me now,
cuando mis alumnos de la u dan prueba mientras suena makes me wanna die,
cuando mi padre toca en el piano mi canción,
cuando canto a gritos en la roja under pressure y el taxista del lado se ríe,
cuando antes de dormir suena en mi mente let it die.









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