viernes, 21 de agosto de 2015

CUANDO UNO CUMPLE 40

Cuando se cumple cuarenta ocurre una especie de catástrofe interna, como un huracán o un choque en automóvil. Uno se pregunta cómo es que ocurrió esto llegar a los 40 años si hace tan poco teníamos 30, porque de los 35 en adelante por algún fenómeno que los científicos deberían estudiar (o tal vez en alguna universidad gringa se está haciendo, porque pucha que estudian leseras esos gringos) como que nuestro ser interno no procesa ese tiempo. A veces me pregunto si será porque a esa edad estamos demasiado preocupados por ser exitosos y cumplir con todos los cánones sociales: tener casa propia, marido, hijos, un buen auto, plata para ir al restaurant de moda o viajar a algún destino shuper loco... construyendo un futuro estable, tranquilo, seguro (que cosa más alejada de vivir la vida). 

Así es que de pronto se cumplen 40 (y no es un drama, uno está feliz) pero, al día siguiente te levantas, te miras al espejo y te ves las arrugas, las bolsas en los ojos, la piel ya no está tan tersa, hay manchas nuevas en la piel, canas por todas partes... y en los días siguientes descubres de que el hueso de la muñeca derecha está más grande que el de la izquierda (porque uno está seguro de que antes eran iguales, ¿o no?), que tienes un poroto en alguna parte, o que después de subir y bajar la bici 5 pisos todos los días por la escalera...  entonces como que nuestro cuerpo ya no es nuestro cuerpo y comenzamos a pensar (al menos yo que soy hipocondriaca) en tumores malignos, condiciones cardíacas de cuidado, reumatismo, y toda clase de males con nombres impronunciables propios de la edad (¿es que ya entramos en esa edad?!!???).

Lo extraño es que todo este fenómeno crítico (¿o solo a mi me pasan estas cosas?) con el paso de las semanas y meses comienza a desvanecerse, y cuando se acercan los 41 uno ya está en paz con la muñeca más grande y las arrugas. Los porotos van y vienen pero el doctor dice que todo está bien y la bici queda en el patio no más (total si llueve que se moje, qué tanto!) Uno se mira al espejo y de nuevo ve la belleza, la vida que sale a borbotones por los poros de todo el cuerpo.

Entonces, aparece un nuevo yo, despreocupado de las cosas sin importancia, conectado con la propia esencia, dispuesto a arriesgar, con más ganas de estar con los amigos y la familia, dispuesto a dejar el trabajo si no nos gusta, dispuesto a no seguir con alguien por costumbre (porque todos merecemos ser amados -y amar obvio- con ganas), dispuesto a entregarse a la existencia con los brazos abiertos y, sobre todo, dispuesto a experimentar una nueva forma de ser y estar en la vida, esa que comienza a los 40.

No se por qué escribo esto hoy pero vino a mi de pronto. 


Nimpha's bridge por Antonio Mora


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