miércoles, 4 de febrero de 2009

DIAMELA ELTIT

La instalación del dolor entre nosotros fue la primera forma de entendimiento que encontramos.
Una parte de ella creía que el otro, cualquier otro, se preparaba para atacarla y destruirla.
Imaginaba la ceguera o la mutilación
Durante esas noches del primer año aprendí mucho del delicado y complejo cuerpo de la niñas.
Me invadió el temor a perder una pierna en una carrera,
La lengua en una palabra,
La constancia del miedo me enfrentaba con un mundo empecinado en destruirse y destruirme.
Demasiado herido me dejé caer hacia el abismo.
El abismo era una zona confusa cruzada de dudas en permanente debate. Era la masa desquiciada en un juego eterno e infernal.
Empapado en la duda, hasta mi existencia me pareció cuestionable.
Desde el instante en que percibí el descabezamiento del mundo sin institución ni norma, choqué con mi momento más oscuro y crítico.
Mi hermana armó pieza por pieza mi identidad, mirándome obsesivamente y traspasando en mí su conocimiento.
Me obligó a separar el cuerpo de mi pensamiento y a distanciarme del orden de las cosas.
-Un padre no se rompe, ves?-


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