Como todo lo que pasa en el cuerpode"una"mujer, mis días transcurren entre ciclos, lunas y cuentas. Quitándole el filtro melodramático, verdaderamente, es una mierda. Porque eso que vimos en Matrix que parecía tan postmoderno y estético y ondero... la cámara lenta... la lectura de pensamiento... las realidades paralelas... la doblá de cuchara... ...todo eso (y más) ocurre en el cuerpode"una"mujer, pero nunca se siente tan estético, ni tan entretenido como aquel filme. Más se siente como un space invaders, clásico atari, que con tres jugadas uno ya era experto y tenía récord y se aprendía los movimientos del juego de memoria, tanto así que veía tele al mismo tiempo, y bostezaba entre cada apretada al botón rojo del joystick. Pero no me quiero ir por las ramas. Hablaba de lo que pasa en el cuerpode"una"mujer. Y refuerzo cuerpo, porque siempre se habla del cerebro femenino y del cerebro masculino... otra mierda. Pero el cuerpo tiene una certeza implacable. La fuerza con que 35.000 genes hacen su laborioso trabajo. La fuerza con que ectodermo, endodermo y mesodermo dan paso a lo que somos, presa por presa. La fuerza de lo que no dominamos. La fuerza y flaqueza de lo que vive y muere al mismo tiempo. Y en eso creo que hombres y mujeres estamos hermanados. Así como en la certeza de las células que nos componen -del latín cellula, diminutivo de cella, hueco-(gracias wikipedia). Así como en la búsqueda permanente de la belleza, de la libertad, del deseo. Así como en nuestras enormes diferencias que hacen perfecto el amor. Aunque a veces se sienta como el dolor de una endodoncia, el futuro parezca tan feo como una foto carné, nuestro refrigerador, además de un frasco de mostaza, no tenga más que tupperwares vacíos, e insistamos en amar a quien no nos ama.
La mutación metafísica operada por la ciencia moderna conlleva a la individualización, la vanidad, el odio y el deseo. En sí, el deseo, al contrario que el placer, es fuente de sufrimiento, odio e infelicidad. Esto lo sabían y enseñaban todos los filósofos: no sólo los budistas o los cristianos, sino todos los filósofos dignos de tal nombre. La solución de los utopistas, de Platón a Huxley pasando por Fourier, consiste en extinguir el deseo y el sufrimiento que provoca preconizando su inmediata satisfacción. En el extremo opuesto, la sociedad erótico-publicitaria en la que vivimos se empeña en organizar el deseo, en aumentar el deseo en proporciones inauditas, mientras mantiene la satisfacción en el ámbito de lo privado. Para que la sociedad funcione, para que continúe la competencia, el deseo tiene que crecer, extenderse y devorar la vida de los hombres.
La brisa fresca entra por mi ventana recordándome la felicidad, anunciando el fin o el principio de algo. Rosando mis talones mientras en mi cabeza aún estalla la tormenta.
Una vez más me veo enfrentada a la realidad del último aliento. La muerte, con su ronda permanente, me visita de tanto en tanto. Una veces se lleva una pierna, otras un ojo, años atrás ya lo hizo con gran parte de mi corazón. Pero como a las lagartijas: una nueva pierna, un par de lentes y una costura de plata, para reparar en parte la pérdida, para recordar que la vida nos propone un viaje, y un re-armarnos perpetuo, tan lleno de lágrimas como de hilarantes momentos. Pero no olvido que hablo de la muerte, y, entonces, me pregunto qué tipo de amor es el que estoy sintiendo. Me pregunto hasta cuándo me pregunto. Me pregunto si eso que veo en ti existe. Si eso que eres cuando me miras es algo más que mi miedo. Miedo a la muerte en vida. A la muerte del alma. A la muerte que no se repara ni con lentes ni con un hilo de plata.
Vivir frente a una iglesia propone un vouyerismo singular. Desde mis mini-balcones observo desfilar novias, ataúdes, bautizados, arrepentidos, portadores de una fe a toda prueba, incrédulos, perdidos, feligreses y feligresas fieles que, con paciencia y todos los domingo, esperan en la fila a que el párroco les bendiga la guagua y a ellos mismos, a ver si con un poco de agua bendita la cosa se arregla. Gente sencilla, como diría mi padre. Gente clase media baja, como diría mi madre. Gente más humilde, como diría mi hermano. Mis vecinos, digo yo. Con más o menos preguntas. Con más o menos temores. Con más o menos necesidades. Con más o menos angustia. Con más o menos alegría. Con más, apuesto que sí, tecnología de punta. Con menos, apuesto que sí, de más de algo.
Hoy, durante media hora observé la salida de todos quienes asistían a un matrimonio. Al menos 6 generaciones, más mujeres que hombres, todos con su mejor pinta. Harto brillo, harta cámara digital, harta laca, harta corbata de seda china, harto zapato de charol negro, harta teñida, harto poquemón hasta las huevas con la vieja, pocas risas, mucho esfuerzo, harta ansiedad, algunos autos, el fotógrafo habitual que se pone con su puestito de revelado al minuto, una bolsa Falabella rompiendo el llamativo cuadro de las carteras femeninas, una guagua que pasaba de mano en mano y que terminó en brazos del recién casado. Pero lo que más me impresionó fue que los últimos en irse, los novios, no cruzaron una sola mirada durante todo ese tiempo. Ella con su vestido rosado y él con su uniforme lleno de botones plateados, finalmente se alejaron caminando solitarios Lira arriba.
Entre ayer y hoy vi una maratón de películas animadas de Disney. Blancanieves, la ceniciencta, rapunzel... Que decepción ver que eso que recordamos como parte de la magia de la infancia, son sólo dueñas de casa que, mientras trapean el piso y cantan, sueñan con un gentil joven que las venga a rescatar. Me pregunto cuántas de mis neuronas del amor estarán dañadas a causa de esto.
La instalación del dolor entre nosotros fue la primera forma de entendimiento que encontramos. Una parte de ella creía que el otro, cualquier otro, se preparaba para atacarla y destruirla. Imaginaba la ceguera o la mutilación Durante esas noches del primer año aprendí mucho del delicado y complejo cuerpo de la niñas. Me invadió el temor a perder una pierna en una carrera, La lengua en una palabra, La constancia del miedo me enfrentaba con un mundo empecinado en destruirse y destruirme. Demasiado herido me dejé caer hacia el abismo. El abismo era una zona confusa cruzada de dudas en permanente debate. Era la masa desquiciada en un juego eterno e infernal. Empapado en la duda, hasta mi existencia me pareció cuestionable. Desde el instante en que percibí el descabezamiento del mundo sin institución ni norma, choqué con mi momento más oscuro y crítico. Mi hermana armó pieza por pieza mi identidad, mirándome obsesivamente y traspasando en mí su conocimiento. Me obligó a separar el cuerpo de mi pensamiento y a distanciarme del orden de las cosas. -Un padre no se rompe, ves?-
Un día de furia no es suficiente. Porque habitar la furia requiere más que la carne, requiere sangre, nos pide un pulso, un latido inexacto. Un día de furia no es indulgente, llega y se instala para quedarse, pero sonreímos, ingenuos de su silencioso tejido, sonreímos esperando que la sonrisa sea suficiente, para que se vaya, para que desaparezca la furia detrás de nuestros dientes. Pero la furia sigue allí, aquí, dentro, al rededor, en todas partes.
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